viernes, 27 de septiembre de 2013

Obrigado

El cumpleaños era mío, aunque por la composición de la foto parezca de Fernando. Yusuke, siempre tan fotogénico.


He de reconocer que la idea de venir a la residencia donde estoy en Covilha sonaba muy bien. "Ahí es donde hay que ir, es de donde salen las fiestas y donde se mueve todo. Todos los Erasmus van a la PAC", oí más de una vez. Doña Filomena, una especie de ente divino de la Universidade da Beira Interior, me intentó evadir arguyendo que estaba muy lejos de mi facultad. Dios sabe que para mis estudios hubiera sido mejor, pero yo lo tenía claro: tenía que estar en la PAC. Sí o sí. Así que, tras visitar a Doña Filomena en su templo de las montañas, regresé a la residencia -caminata mediante-, y cogí las llaves de la habitación número 8, piso 0 y bloque A.

Sonaba bien, pero es que ha sido aún mejor. En la entrada anterior os comenté "por encima" que era mi cumpleaños y que, aunque echaba de menos a los míos, pintaba guay celebrarlo aquí. Pues bien, superó todas las expectativas. La liaron y se portaron como nunca imaginé. A ver, que yo esperaba que hicieran algo, pero no que estuvieran maquinando una fiesta desde hacía varios días. Y eso fue lo que pasó. Os lo voy a explicar.

Por la tarde del día de mi cumpleaños, Yusuke estaba raro, más de lo normal. Llegué a la habitación y empezó a mover trastos de un lado para otro, sin contestar. Yo lo atribuí a un cambio de humor oriental, al fin y al cabo no sabemos cómo son cuando se enfadan. Igual le había dejado su novia y yo no lo sabía. En fin, pensé que lo mejor era dejarle solo. Poco antes de las diez, hora a la que habíamos quedado todos en la puerta de la resi, Yusuke desapareció definitivamente. Algo pasaba.

Yo continué con lo que creía que era el plan. Me presenté a las diez en la puerta con dos packs de 10 cervezas. Fui imbécil porque compré un pack de Super Bock y otro de Sagres, cuando la Sagres estaba a mitad de precio y está más buena -este último es un consejo personal de gran importancia si alguna vez venís a Portugal-. La cuestión es que allí, en la entrada, no había nadie. Por probabilidad, era imposible que se hubieran olvidado todos juntos de que era mi cumpleaños. Pero siempre piensas por una milésima: ¿de verdad voy a quedarme tan margi? Hubiera sido triste, y no he sido tan mal compañero hasta el momento. Total, que olía raro.

Llegó Fernando y aquello empezó a hacerse más que evidente. Para que os hagáis una idea, Fernando es una especie de presidente para nosotros, los Erasmus españoles. ¿La primera persona que conocimos todos al llegar? Fernando. ¿El que hace los planes y nos anima a salir aunque al principio nos neguemos? Fernando. Es un gran compañero de aventura. Fernando es el engranaje que hace funcionar nuestra vida Erasmus. Os lo digo en serio. Oh, Fernando, nuestro amado líder. Si se presentara a las elecciones del domingo en Covilha, ganaría de calle. El eslogan, nuestro grito de guerra Erasmus: ¡¡¡COVILHA NO TOPO!!!

Volvamos. Fernando me mareó durante diez minutos, me quitó el móvil -no fue demasiado sutil- y, al final, me acabó llevando a la cocina. Ahí estaban todos. Unas veinticinco personas, fundamentalmente la Spanish Crew. Fue brutal, a mi me encantó. ¡¡Que había confeti!! ¡¡Y había globos!! Y yo soy un niño pequeño -en serio, soy de los más peques de la resi-. Las chicas hicieron dos tartas. No una, no: ¡dos! Encima eran de chocolate y estaban buenísimas. Más tarde me enteré de que se habían pasado la tarde haciéndolas. Solo tengo dos palabras que decir a eso: love forever.

Los regalos, otro puntazo. Una camiseta hecha a mano por Fernando, crack, que sirvió de previa a la otra camiseta. Zamarra del Sporting da Covilha, dorsal número 20 a la espalda. Mejor conmemoración de donde estoy y con quién estoy, imposible. A todo esto, acabaré teniendo más camisetas de fútbol que El Zurdo de Malviviendo.

Todavía faltaba la guinda del pastel. Me cerraron los ojos. Yo creía que en la fiesta estaban todos los que tenían que estar, pero realmente, después de todo lo que había pasado, no me di cuenta de que faltaba alguien. Abrí los ojos y apareció Yusuke bajando por unas escaleras con una última tarta. Tremendo. Ni hecho a posta. La tarta resultó ser unos crepes con ketchup, mayonesa y piña que, aunque suene a todo lo contrario, estaba bastante bueno. Muy grande Yusuke.

Fue el broche de oro perfecto a una noche en la que casi treinta semi-desconocidos decidieron darme una fiesta sorpresa de cumpleaños. So much better than expected. Que me conocen desde hace solo dos semanas y podría ser un psicópata o un desequilibrado. Afortunadamente, será que no lo parezco y confían en mi -hmmm, bien, eso es lo que quiero que piensen... (icono de Whatsapp frotándose las manos)-. Les estoy agradecido, porque me demostraron que estoy en el sitio que tengo que estar, con la mejor gente con la que puedo estar. Un cumpleaños diferente e inolvidable. Obrigado.

Aunque creáis que os he contado la historia de lo que pasó el día de mi cumpleaños, la realidad es que aquí hay una moraleja bien clara. Si leéis esto y vais a venir a Covilha de Erasmus -que seguro que, como casi todos, os habrá tocado de rebote y aceptaréis a regañadientes-, tenéis que ir a la PAC. ¡¡Aceptad y venid sin pensarlo, zoquetes!! Bajo ningún concepto le hagáis caso a Doña Filomena si intenta llevaros por el lado luminoso de la Fuerza. Vosotros a la PAC, le decís que os lo ha dicho Pablo Ramón. El lado oscuro mola bastante más, aunque esté en el punto más alto del pueblo -miradlo por el lado positivo, haréis piernas-. El ambiente de estar con desconocidos que en pocos días se convierten en amigos en los quien extrañamente confías. Esa es la esencia de este texto. Covilha no topo.  

Obrigadinho a Victor, Alejandro, Irene, Sara, las dos Anas, Iris, Dani, Sonia, Carlos, Vero, Julián, Mar, María del Mar, Jesús, Juan, Aida, Carmen, Álvar, Alba y Paco. Ojalá el resto del año siga siendo tan genial con vosotros. Seguro que, antes de venir, os dicen aquello de "¡no os juntéis con españoles!". Yo, aunque pueda ser la mala influencia personificada, os digo que os juntéis con ellos sin temor. No muerden -al menos en público, en lo otro ya cada uno llega hasta donde le gusta-. También hay tiempo de conocer a gente de otras nacionalidades y de hablar el idioma que queráis. De Erasmus hay tiempo para todo. Será por tiempo. Y los españoles, además de inevitables -somos como cucarachas, estamos en todas partes. Cucarachas encantadoras, eso sí-, serán los que os den alegrías como las que me llevé yo el otro día. Tras dos semanas empiezan a ser mi familia en el exilio.

Thanks también a los grandes representantes de la Polish Mafia: Justyna, Ela y Mateusz. Ahora sé que feliz cumpleaños se dice sto lat en polaco. Merci a la francesa más simpática, Chloé. A Ilze, aunque no viniera a la fiesta, por la Cruzcampo que me trajo de Sevilla. A Aura, muchísimas gracias por grabarlo todo, gracias a ella tendré este recuerdo para siempre. Arigato a Yusuke por ser tan gran roomate y por hacer honor a su compatriota  Doraemon trayendo, desde Japón, hasta un trípode para hacer fotos. A Fernando por la camiseta a mano, algún día la enmarcaré. I sobre tot, moltíssimes gràcies a Claudia per orquestrar-ho tot. Eres la millor. Sé que t'agraden els últims paràgrafs en valencià i en cursiva.

PD: Hay documento audiovisual del momento sorpresa de cumpleaños. Si el Internet de la residencia supera su miedo a la velocidad algún día, lo subiré.

lunes, 23 de septiembre de 2013

A 808 kilómetros

Al comenzar este blog el otro día, no era mi intención -y sigue sin serlo- hacer de él una especie de diario secreto de un adolescente. Antes de seguir, repito: sigue sin serlo. ¡No way! Pero ahora que esto está empezando voy a hacer un texto algo más emotivo antes de dar el salto a otro tipo de entradas que seguro os gustarán más y que plasmarán, con mayor o menor acierto, cómo es mi vida Erasmus. La de hoy va a ser pastelona. Solo la de hoy. Perdón por anticipado, no sigáis leyendo si esperáis reíros.



¿Y por qué hoy y no otro día? Hay una excusa fundamental y perfecta por la que me lo permitiréis todo. Hoy cumplo años. Es el día perfecto para acordarme de las personas que están muy lejos de Covilha y que, en días como estos, se echa más de menos que nunca. Además, no les escribí nada antes de irme y todavía no les he escrito nada desde que estoy aquí -¡qué mala persona!-. Hoy toca. La gran mayoría de esas personas están en La Vall d’Uixó, aunque también hay algunas repartidas por la geografía española y europea. Todas saben quiénes son y a ellas van dedicadas estas líneas.


No voy a mentiros: no os echo de menos todo el tiempo. Esta experiencia, al menos lo poco que llevo de ella, te permite disfrutar tanto que olvidas frecuentemente lo que has dejado aparcado en casa. No creo que sea malo, al contrario. Pienso que es lo que querríais que hiciera -y también es lo que quiero hacer yo-.

Pero cuando llega el 23 de septiembre, tan tempranero como siempre, me acuerdo de las noches con vosotros. Que no son ni más ni menos especiales que las de cualquiera, pero son las que tendré en el recuerdo dentro de muchos años. Noches como las que, porque sí y porque me da la gana, os hago vestiros de traje para salir un viernes. Cenas en las que os endoso una paella para veinte -sí, paella para cenar- y en las que siempre soy tan quisquilloso con el protocolo para invitaciones. Cervezas y risas en el Zeppelin mientras cuento alguna que otra batalla, adornándola, perfeccionándola. Al tiempo, de fondo, suena alguna de Franz Ferdinand en la misma lista de reproducción que tenían hace cinco años, para que me acuerde de cuando tenía 15. 

En un año no os voy a poder dar, a ninguno de vosotros, ni uno de esos discursos en los que, aunque os durmáis y ronquéis, jamás dejo de hablar. En el fondo os gustan. Eso es lo que hubiera hecho cuando hoy hubiera caído el sol en La Vall, justo por detrás de Pipa. Y después de pasearnos por algún pub volvería a casa tranquilo, sabiendo que os tengo a todos. Volvería algo bebido, no demasiado, y permitiéndome el lujo de pensar en alguna chica cuyo nombre nunca sabré. No lo sabré porque estoy aquí, a 808 kilómetros -que lo he mirado en Google Maps y todo-. Pero a vosotros sé que os sigo teniendo, que es lo que realmente importa. También los que no estáis en La Vall y no veo tanto, cualquiera que sea nuestra relación, sé que también contaré con vosotros cuando vuelva.

Hablaba de regresar a casa con alguna cerveza de más. Ahora viene la otra parte, la de entrar hacia el otro lado de la puerta. Dentro de ese lugar es donde están las otras personas que recuerdo hoy. Señoras y señores, ahí hay gente muy sufridora que a veces se enorgullece y a veces me padece, pero cada año siempre me esperan con una sonrisa y una tarta de chocolate los días 23 de septiembre desde hace dos décadas -alguna un poco menos-. En este párrafo hay cuatro personajes principales y una docena de secundarios que, cuando estoy allí, cuidan de mi como nadie. Ojalá algún día pueda demostrarles que tenían motivos para haberse enorgullecido, haberme padecido y haber cuidado de mi.

Pese a todo lo que digo arriba, sabed que no me estoy perdiendo nada, estoy ganando mucho y seguiré ganando. Aprovechad hoy que estoy con la morriña encima, porque puede que haya semanas en que no tengáis noticias de mi y penséis que no os quiero. Os quiero a todos bastante más de lo que expreso normalmente. Estad tranquilos porque, aunque sin vosotros, me lo estoy pasando genial. Lo explicaría, pero hay que vivirlo para saber qué es. Venid a verme algún día que yo llamaré a Doña Filomena y os reservaré el ala oeste de la residencia, si hace falta. Os prometo que aquí no os faltará fiesta, y menos conmigo.

Aprovecho y aprovecharé estos meses por mi y por vosotros, para que la diversión pueda con la nostalgia. No sé si decir lo siento, pero sé que lo primero superará a lo segundo y habrá muchos días en los que ni me acordaré de vosotros. Seguro que lo entendéis y me perdonáis. 

Sobre el día de hoy, no creáis que estoy triste por todo lo que he escrito. Al revés, tengo mucha ilusión: en Covilha también celebraré mi cumpleaños al máximo y con gente fantástica. De Erasmus y con Erasmus. No pinta nada pero que nada mal. Pablo se invitará a algo. Total, al precio que está la cerveza aquí mi bolsillo tampoco lo notará mucho. Espero que no me sean animales con las peticiones, pero... Son demasiado party people. Como ha de ser. Pinta bien el lunes.

A vosaltres, hui, si estiguera allà, m’abraçarieu. En lloc d’això, em llegiu. Espere que tingueu la mateixa sensació. Trobeu-me més a faltar vosaltres a mi del que jo a vosaltres. Serà que tot va bé.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Yusuke

Este es Yusuke on fire (el de la izquierda, cazurros)




Creo que recordaré toda mi vida el día que entré en la residencia en la que estoy viviendo aquí en Covilha. Era la primera vez que iba a vivir solo y, lo que es más inquietante, iba a compartir habitación con alguien más.



Esa es una de las mayores incógnitas de nuestro tiempo. Es una ruleta en la que te puede tocar cualquier número, lo hayas apostado o no. Es un Huevo Kinder en el que puede salirte un juguete ya montado o uno de esos con piezas increíblemente pequeñas que cuesta horrores juntar. No sé si pilláis las metáforas. Hablando claro, no sabes quién va a estar a tu lado. Más aún sabiendo que te alojas en una residencia en la que hay estudiantes de todo el mundo. 



Puede que tu compañero sea un español fiestero, un mafias polaco, un brasileño con ganas de samba, un turco con fobia a las duchas… En fin. Agradable o antipático. Juerguista o empollón enclaustrado. Cotorra o practicante del voto de silencio -como el hermano mayor de Pequeña Miss Sunshine-. Triunfador o pagafantas -de limón no, recordad-. ¿Roncará o no roncará? That is the question -que quede claro que yo no ronco, está contrastado por varias fuentes-. Lo único que sabes es que va a ser un completo desconocido. Demasiados interrogantes que serán resueltos, de golpe, en cuanto por fin conozcas la identidad del susodicho.

Te lo esperas todo. Todo menos lo que, al final, entra por la puerta de la habitación al día siguiente. “Hi, I’m Yusuke, I’m from Japan, nice to meet you”. Todo esto, saludando a la japonesa y con el consiguiente acento. Flipé pipas, tanto que no me aclaré ni a presentarme yo. “¡¡Cómo mola, un japo de compañero de habitación, ya me da igual hasta que ronque, tengo historia para contar a mis nietos!!”. Eso fue lo que pensé, aun sin saber cómo sería a posteriori. No temáis, no ha resultado ser ningún samurai con nunchakos en la mesita de noche, ni primo de la niña de The Ring (versión japonesa, por supuesto), ni miembro infiltrado de la yakuza

Yusuke es un tío normal, majo y agradable. Y se ha integrado bien en el grupo de Erasmus. Es el prototipo de japonés -aunque él insiste en que no-; trabajador cuando toca y ligeramente extravagante cuando hay que ir de fiesta. Imaginad un mix entre Lost in Translation y algún programa de televisión japonés. Acertaréis. El otro día, sin ir más lejos, intentó subir desde la parte de abajo al tobogán de los niños en el Telepizza pese a las amenazas de la dependienta. Crack. Enérgico, tiene siempre una sonrisa en la cara cuando habla, es fan del manga y el anime, se sorprende cuando le dices que en las corridas de toros matan al animal… A parte de todo eso, le gusta Regreso al futuro, con lo que ahí ya me tuvo ganado (por cierto, curioso cuando menos el doblaje japonés de Regreso al futuro).

El día que llegó Yusuke a Covilha, era el día 2 post-Café con Leche in Plaza Mayor. Así que, en nuestra primera conversación, le di la enhorabuena por los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Resultó que él era de Tokio, con lo que mi sorpresa fue aún mayor. Yusuke estaba bastante más contento con tener los juegos de lo que un español lo hubiera estado si Madrid 2020 hubiera triunfado. Afortunadamente para Yusuke, ahí estuvo Ana Botella para hacerle un regalazo. Sólo que él nunca lo sabrá.

Otra pregunta es: ¿cómo demonios llega un japonés a un pueblo entre las montañas del interior de Portugal? La respuesta más sencilla, dada su nacionalidad, sería que se ha perdido. Pero no era así, Yusuke ha venido a Covilha a hacer prácticas en un laboratorio de química de la universidad. Bah, química, demasiado fácil para mi... En principio, estará aquí hasta febrero. A no ser que prorrogue su estancia o que entre todos los españoles le empujemos a un mortal coma etílico un viernes cualquiera. 

Por si pensáis que aquí en Covilha hay costumbre de intercambios con el país del sol naciente, Yusuke asegura ser el primer estudiante de Química japonés en la historia de la UBI y, además, el quinto nipón que aterriza aquí. Así que sí, tengo un compañero de habitación del todo inusual, cosa que parece guay. “¿¿Tu compañero es el japonés??”, me han preguntado más de una vez por la resi.

Yo creo que a él le he caído igual de bien y que está agradecido por la acogida. Vamos, eso espero. En un par de semanas con Yusuke estoy aprendiendo las reglas del lacrosse, su deporte favorito, y datos bastante asombrosos, como que los asiáticos se diferencian entre sí por los ojos. ¡¿Que qué?! Sí, por la amplitud y la curvatura de los ojos un japonés puede saber a simple vista que otra persona es china, coreana o vietnamita. Esto es demasiado loco para un europeíto de a pie. 

Fliparéis, como yo, con una última cosa. En Japón, paraíso de una tecnología que llega hasta los váteres interactivos, no conocen las sandwicheras. Le conté que era uno de los mayores inventos de la historia, después del chupa chup, y le he dicho que se la presto cuando la necesite. Éticamente, he de hacerlo: él ha comprado una impresora -¡a posta!- y la tengo a mi disposición. Y también un lector de DVD para el Mac. Lo dicho, he tenido suerte con mi compañero de habitación. Yusuke mola, es uno di noi. Aunque ronque un poquito. Pero venga, se lo perdonaré.

martes, 17 de septiembre de 2013

No hay Fanta de limón en Portugal

Sé que cuando llegas a un lugar nuevo y un año de posibilidades aparece ante ti en forma de Erasmus, las sensaciones que suele tener la gente son de nervios, mucha ilusión y algo de incertidumbre. Y, en cierto modo, a mi me sucedió lo mismo. Pero hubo algo tan particular que me sorprendió y me dejó boquiabierto. Entre ridículamente indignado y extrañado. Sí, estaba en Portugal, pero un sencillo y minúsculo detalle la convertía en una cultura totalmente diferente a la española. Y es que, queridos lectores de mi aventura, en Portugal no hay Fanta de limón.


Partiendo de esa base, podemos considerar que el país vecino se encuentra en las antípodas de nuestra civilización urbana y juvenil. Al instante, te sobreviene un mar de cuestiones. ¿Con qué mezclan el vodka los portugueses? ¿Si no te gusta el gintonic, la ginebra no es una opción? ¿Sólo puedes ser un pagafantas de naranja? Señoras y señores, no hay limón. Catastrófico. ¿Qué alternativa hay? La ‘ananás’, que viene siendo... la piña. ¡¡Tienen Fanta de piña!! Portugal, ese gran desconocido. Un universo paralelo. Beben fanta de piña y por un tercio te cobran solo 0’60. Por lo último no me quejo, que conste en acta.

Como quién se emboba con el salvapantallas de un Windows, aquello eclipsó todo lo demás en mis primeros días en Covilha. Y... ¿qué es Covilha? Os preguntaréis. Seguro que, si leéis esto, os lo preguntáis, porque incluso a mi el día en que me comunicaron que mi destino era esta ciudad me sonó a dialecto aislado del cantonés. Bien, para que me entendáis los españoles, Covilha es como si metierais Teruel y Salamanca en una batidora. Tal cual. Ciudad de 30.000 habitantes situada en el ático de Portugal. Los desniveles entre una parte y otra del pueblo son más propios del Dragon Khan que de un pueblo. La única estación de esquí de Portugal la tengo yo aquí. Eso sería tremendo si supiera esquiar o no tuviera miedo a romperme en cuatro si lo intento. 

Entonces… ¿Qué es lo bueno de esta particular Invernalia lusa? Una universidad que le da la vida. Entre 8.000 y 10.000 estudiantes calculo que habrá. Soy de letras, pero en proporción creo que son más o menos bastantes. No das más de diez pasos sin encontrarte a uno. Si vivís en una ciudad universitaria, todo esto os sonará a básico, normal y nada especial. Pero para mi, que vengo de La Vall d’Uixó -que la amo, pero a veces déjatela estar- y de la insulsa universidad de Castellón -epítome de la antivida universitaria-, esto es nuevo. Sóc un xiquet de poble. Y por eso sonrío cuando veo novatadas por la calle a los caloiros que entran en la universidad. Aquí empieza este trayecto de un año. Llevo una semana y parece que queda poco. Parecía imposible que esto me gustara cuando me dijeron su nombre. A un click estuve de rechazar. Menos mal que no lo hice y ahora escribo desde aquí, entre las montañas de la Serra da Estrela y en una residencia llena de otros Erasmus. Pero eso ya os lo contaré en alguna entrada que venga. ¿Sin compromiso, eh? 

Pensándolo bien, será bueno que no haya Fanta de limón en Covilha. Que esto trata de que la Erasmus, aunque sea en Portugal, sea diferente al lugar del que vengo. Y ya lo he dicho, esto es un universo paralelo. Tanto que, como si el tiempo aquí no hubiese pasado, el Carrefour se sigue llamando Continente.