La de hoy es una historia parecida a esas que inundan vuestros muros de Facebook hasta convertirse en cansinas de tanto compartirlas. Que ya sabemos que la mujer más fea del mundo hace discursos que llegan a la patata, que tal señor le ha pedido matrimonio a su novia de la manera más empalagosamente romántica del mundo y también sabemos que tal otro señor se ha ido con una mochila y lleva semanas viajando. Parad ya de repetírnoslo. Yo, que estaba cansado de todo esto y a la vez orgulloso de no haber entrado nunca a leer ninguna de esas cosas, he decidido finalmente rendirme al enemigo y unirme a él. Así que voy escribir una historia viajera que ha pasado aquí. Sí, aquí a cinco habitaciones de la mía, no en Facebook.
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Europa (casi) entera |
Os voy a contar la historia de Mateus Guimarães. En el Erasmus te encuentras personas de todo tipo, de procedencia infinita y con muchos sueños. Somos jóvenes, qué haríamos sin tener alguna ambición en la vida mayor que la de estudiar y acabar nuestra carrera. Queremos más cosas y, a veces, nos da por cumplirlas.
Vaya por delante que lo más importante es que este es el caso de uno de esos pocos tipos que no se ha quedado en la “intención de”, sino que es de los que ha pensado “oye, qué coño, voy a hacerlo”. En otras palabras, tiene los testículos, que es algo que, pese a ser jóvenes, a la inmensa mayoría le (nos) falta.
Mateus fue de las primeras personas que conocí en Covilhã. Venía de Minas Gerais, Brasil, y como dato curioso compartía habitación con otro chico llamado Mateusz, aunque este con “z” y polaco. La habitación de los Mateus(z). Sea como fuere, el Mateus sin “z” y yo nos hicimos amigos muy pronto. Era parte de esa facilidad que tenemos los Erasmus de hacernos amigos de toda la vida a los dos minutos de conocernos.
Sería al segundo día de conocernos cuando, bebiendo vino -los brasileños beben mayoritariamente vino, no me preguntéis por qué-, dije “hey, este finde me voy a Madrid a un festival de música”. Cuando nombré a Franz Ferdinand, él dijo “voy contigo”. Tal cual. No necesitó escuchar ni Vampire Weekend ni Foals. Pa’ qué. Así que le conseguí in extremis una entrada para el Dcode por Twitter -consejo de veterano, comprad las entradas para los festivales el día antes a algún desesperado de Twitter, ahorrareis muchos dineros- y nos montamos en un autobús a Madrid. Aquella es otra historia de las que molaría contar en estos “cachitos”.
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En Malasaña la vida siempre es mejor. |
El viaje de Mateus
Poco queda ya de aquél “inocente” Mateus que se emborrachó muy fuerte y flipó en Malasaña. Padecí por perderle dentro del Ocho y Medio mientras yo bailaba fuera de mí alguna de Two Door Cinema Club. Siempre tendré el honor de ser el primero que lo sacó de Portugal y quizá el que le hizo ver que su idea futura no era tan descabellada. Aunque, de hecho, lo sea.
Un día, Mateus decidió coger su ordenador, mirar vuelos, trenes, autobuses y hoteles y… Comprarlos. ¿Dónde? A 20 ciudades diferentes, a 15 países distintos de Europa. Mateus va a estar 45 días fuera viajando, él solo, por el continente. París, Amsterdam, Berlín, Copenhague, Estocolmo, Cracovia, Auschwitz, Praga, Viena, Bratislava, Budapest, Estambul, Atenas, Pisa, Roma, Lucca, Florencia, Ginebra, Chamonix-Mont-Blanc y vuelta a Lisboa.
Es una locura, sí, pero admitidlo, es una de esas locuras que a todos vosotros os gustaría llevar a cabo. Para qué negarlo, yo siento una mezcla de envidia sana e indignación -no con él, conmigo mismo-. Yo sería buen viajero, leñe.
Quizá, lo único reprochable e inaceptable de toda esta historia sea el nombre que con el que ha bautizado al macro-viaje: Eurotrip. ¿Seriously, Mateus? Sí, como aquella peli de dudosa calidad (su 5’3 en Filmaffinity lo corrobora, todo el mundo sabe que lo que dice Filmaffinity va a misa) que todos alquilamos alguna vez en un viernes de preadolescencia con nuestros amigos -y que alguno tendrá ganas de ver otra vez después de leer esto-. Viniendo de un estudiante de cine como él, es para estrangularle con cintas de película hasta la muerte y después esconder su cadáver en un maletero.
En fin, que ahora él está en París empezando su aventura y yo aquí, escribiendo. Debería ponerle solución a esta situación. Le deseo buena suerte en su viaje a este Jack Kerouac carioca y que, como él mismo dijo en su Facebook, “las cosas no salgan como estaban planeadas”.
Boa sorte na tua aventura, amigo.
Boa sorte na tua aventura, amigo.
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