I'm back in da house. Vaya, yo que creía a pies juntillas a nuestro ministro cuando pensaba que los Erasmus venimos a hacer el ganso y no estudiamos, esta semana mi mundo se me ha venido abajo. Esto es indignante, me han hecho fotocopiar -¡y pagar! apuntes de Teoría y Filosofía Política -¡¡¡Teoría y Filosofía Política, por favor!!!- y estudiar como un loco dos noches enteras. Porque claro, al no hablarme de esto, he tenido que estudiar contrarreloj para el examen de una asignatura real. Que la asignatura tenga que ver con el Periodismo lo que España tiene que ver con Finlandia ya no me importa, porque esas cosas ya las tenía en la Jaume I de Castellón, siempre a la vanguardia de la inutilidad. Lo que me fastidia es que me han fallado, no aceptaré el dinero de la beca. No necesito una beca para estudiar cuando puedo gastarme el dinero en alcohol y putas. Qué vergüenza, pretenden que seamos responsables. En fin, ya mostré mi enfado al profesor de la asignatura llegando media hora tarde al examen como protesta. Wert dimisión.
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El texto de los apuntes para el examen le iba que ni pintado al ministro de Educación. |
Después de que hayáis sabido leer el párrafo anterior como Dios manda, empecemos. Esto es Recepção ao Caloiro, parte II. ¿Sabéis que cuando hicieron Regreso al Futuro no tenían pensado hacer segunda parte y que el "continuará" del final era una broma? Pues quizá este ha sido mi pequeño homenaje a esa gran trilogía en la que Michael J. Fox aún se estaba quietecito, porque el otro día cuando puse que haría esto en tres partes ni yo mismo estaba convencido de que podría. Let's go. Recordad que la premisa de toda esa semana de desfase es contar las cosas como si realmente me acordara de ellas. Valorádmelo.
Domingo: La Vall meets Covilhã
Domingo: La Vall meets Covilhã
Cuando un vallero como yo viene de Erasmus, aunque sea a Portugal, lo último que espera es lo que os voy a contar. Pero de repente y sin saber cómo, ahí estás. Tú, que vienes de un pueblo en el que lo raro es el día que no hacen toro y que es conocido por ser el lugar de la Comunidad Valenciana en el que más bous al carrer -toros en la calle- hacen durante el año. Cuando me fui de La Vall d'Uixó pensé, sinceramente, "al fin, un año sin nada que sin convivir con todo eso".
Ahora poned voz de Iker Jiménez para leer esto. Bienvenidos a la nave del misterio. [Fundido de negro]. Cuenta la leyenda que el habitante de la pequeña localidad castellonense de La Vall d'Uixó está perseguido por una terrible maldición. Una maldición, amigos, que es capaz de atravesar países e irse de Erasmus con el vallero en cuestión. No está claro todavía si a las maldiciones les dan beca del Ministerio o no, pero se pega a su condenado y, en el momento menos esperado, pone un festejo taurino delante de sus ojos. Desde tiempos remotos, nativos de La Vall han afirmado sentir la presencia de barreras que aparecían y desaparecían en las calles de lugares de lo más variopintos alrededor del mundo y, lo que es más emocionante, han oído el sonido de tres cohetes, exactamente tres cohetes, ni más ni menos, que sonaban justo antes de la gran y terrorífica visión. Escalofriante. No hay manera de acabar con ella, ni aún poniéndole la cuerda y encerrándola en su cajón. El último caso de esta inquietante historia se ha producido en Covilhã, Portugal, donde un joven de la localidad castellonense afirmó asistir a uno de estos rituales y tuvo que enfrentarse a la muerte para poder con ello. La maldición cogió su forma final: una capea con vacas y becerras. Bueno, a la muerte tampoco se enfrentó porque eran becerrillas de un metro de altura, pero aunque la experiencia fue traumática, la superó mientras imaginaba el sabor de una coca de tomate de su tía. "Aquello fue lo que me dio fuerzas para seguir, pensar que después de eso volvería a casa de mi abuela, al lado de la fuente del Roser, para reencontrarme con los míos", afirmó el joven Pablo Ramón.
Y aunque no había coca de tomate, sí había vino muy peleón. Y era gratis. Gratis. Cosa que fue más que suficiente para recuperarme de todo aquello que, efectivamente, sucedió. Aunque no lo creáis, un vallero fue a las vacas en Covilhã. Creo que a estas alturas ya habréis descubierto que no soy una persona muy taurina, pero es como si el hecho de ser de La Vall te diese una ventaja natural en el noble arte de correr delante de una vaca. Es como bailar para los brasileños: hasta la brasileña menos agraciada se mueve mejor que muchas españolas. Debe ser genética. Pues ahí estaba yo, en la arena, rodando como si fuera el recortador profesional del que siempre me reí. Me sobraban los estudios y me faltaba la coletilla y la camiseta cutre, pero los portugueses asistían atónitos a mi exhibición de poderío ante el bravo astado de metro y medio.
Pero no todo eran portugueses en la capea, y aquí viene la mejor parte. Yusuke se apuntó a su primera experiencia taurina y, como buen japonés, la empezó traumatizado. "I'm very sad for the cow, this is not good... I'm very sad", fueron sus palabras cuando los portugueses, bastante bestias, cogían a la becerra por los cuernos y por el rabo. Él tenía ilusión en ir a una corrida pero, cuando le expliqué que en España mataban al toro con una espada en las corridas de toros, flipó. No lo sabía. Pero, como para mi, su visión de la capea cambió con cuatro vasos del peor vino que jamás hemos probado. Yusuke también se armó de valentía y decidió entrar al mini-ruedo. Sucedía que, cuando la vaca daba un paso hacia él, se subía a la barrera como si no existiese mañana.
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Con becerras de medio metro yo también sé posar, Yusuke. |
El japonés se acabó divirtiendo y el de La Vall terminó por escribir su leyenda después de un par de recortes. "Eres espanhol, verdade?", le preguntaron al vallero antes de abandonar el recinto y, con él, el mundo de la tauromaquia. Los juglares portugueses cantarán canciones sobre mi.
Cuando llegué a la residencia, me quedó una sensación agridulce -y no era por el vino que, eso sí, me dio resaca instantánea-. Por un momento eché de menos mi pueblo, voy a reconocerlo. Pero a los diez minutos me quedó claro que, después de aquello, todo lo que quedaba de Recepção iba a tener más calidad. Aunque fuera poses -y no sé si será por el vino-, me lo pasé rematadamente bien. Porque... ¿Cuántos de vosotros habéis ido a rodar vacas con un japonés?
Lunes: fiesta de la cerveza
Los lunes están mal hechos, pero no porque sean malos, sino porque no sabemos hacerlos bien. Los portugueses sí saben cómo hacer divertido un lunes. Si todas las "segundas feiras" fueran así, el mundo sería un lugar mejor. ¿Cómo? Fácil: pon la cerveza a veinte céntimos y verás como se convierte en el best fucking day in the week. Los pajaros cantarán, irás por la calle cantando Walking On Sunshine, te darán igual las cuestas de Covilhã y, cuando llegues al recinto de conciertos, sacarás la cartera imponente y, en plan "això ho pague jo", pedirás 10 cervezas. O lo que es lo mismo, le entregarás la millonaria cantidad de dos euros a la camarera. No miento cuando digo que dar dos euros por diez cervezas es una de las mejores sensaciones que he tenido en mi vida, justo por detrás de la vez que Liam Gallagher me despreció con la mirada mientras firmaba la teta de una tía.
Fue, además, el momento de gloria de esas moneditas de cinco céntimos que tejen telarañas en la cartera y están ahí desde que el euro entró en circulación. Gracias por los servicios prestados, tuvisteis un final digno tras años de sufrimiento.
Era la combinación perfecta, porque mientras seguía sumando cervezas me importaba menos MC Bola, el Juan Magán brasileño -del tamaño de dos Juanes Maganes- que berreaba sobre el escenario en un alarde de antivirtuosidad técnica más propia de la actuación de alguna orquestilla con nombre de galaxia en las fiestas de un pueblo perdido de Cuenca. Claro que, pensándolo bien... ¿Y si esto es, geográficamente, la Cuenca portuguesa?
Cuando por fin cesó aquella música que no servía ni para perrear, yo ya iba por la sexta o la séptima cerveza y había dejado la vergüenza en el guardarropa. En medio de aquella bacanal cervecera, encontré entretenimiento montándome un "Buscando a Wally" particular, versión: "encuentra a la hipster en la fiesta pachanguera". Qué le voy a hacer, me gustan los retos difíciles -y también hacer cosas que no tienen sentido ninguno-. La parte buena es que la encontré. Como a Wally, a las indies se las distingue del resto por dos cosas: la ropa y las gafas. El gorro es opcional, pero también puede entrar en el pack. Aquella era bajita, morena, ropa con pinta sesentera y gafas Woody Allen denim. Era inconfundible, pero aun así me faltaba la última prueba, la del algodón, la que no engaña y puede enamorar. Así que me acerqué a ella y le dije que solo tenía una pregunta para ella. Todo muy romántico según lo escribo. ¿Cuál es tu grupo favorito? Contestó Radiohead. La parte mala fue que, antes de que me pudiese enamorar, cosa que seguramente hubiera pasado en los siguientes diez segundos, un personaje que parecía ser su novio se abalanzó sobre ella y no la volví a ver.
Ahogué mis penas en -más- cervezas y, cuando me quise dar cuenta, ya había pedido cinco tickets de cerveza más. Seguro que vosotros, si sois buenos españoles, también entendéis que había que aprovechar lo máximo aquel sueño mientras durara. Pero se ve que los portugueses en eso se nos parecen, porque a las cinco de la mañana la cerveza se acabó. Nos cortaron el grifo, literalmente. El único que se alegró fue el camarero de una de las barras que, a partir de entonces y hasta el final de la noche, se dedicó a bailar muy fuerte subido en una nevera. Como descubrimos los siguientes días, lo de aquél camarero que parecía sacado de This Is England no era una cosa puntual. Dos DJs con máscaras de Guy Fawkes y peluca de payaso cerraron dignamente la noche con lo que, en ese momento, creí que era musicón. Aunque probablemente la música estuvo más cerca de ser una mierda. Pero ayudaban las pintas con las que se presentaron. Y es que todos debéis saber que esa es la regla número uno del DJ: si no sabes pinchar, arma espectáculo, distrae la atención y será más fácil engañar a todo el mundo. Preguntadle a Steve Aoki, que en eso es catedrático por Harvard. Por lo menos.
Martes: viajes en bus y cómo cerrar bien una noche festivalera
Para el martes ya nos habían quedado claras tres cosas después de aquel paraíso que fue la fiesta de la cerveza. Uno, que por el nivel de la resaca, la cerveza no fue de gran calidad. Dos, que queríamos volver al año siguiente a la Recepção ao Caloiro y que aquello era un festival con todas las letras. Tres, que por la cantidad de party people, la Racepção estaba al nivel de cualquiera de los que tenemos en verano en España.
Y ese martes aterrizaba Mastiksoul en Covilhã, que tenía el éxito asegurado. Mis recuerdos de Mastiksoul se remontaban a la época de Cara B -los valleros sabrán a qué me refiero- y a una adolescencia feliz entre cubatas del ahora defenestrado vodka rojo y Carlsbergs servidas por Aida de la Rubia que, tres o cuatro años después, está aquí conmigo de Erasmus en Covilhã. Poniéndonos filosóficos para algo que realmente no es tan importante, el destino nos volvía a juntar a todos. Menos al mítico Vodka Rojo Knebep, que ahora yace olvidado en el fondo de un estante de Mercadona entre botellas de wiskhy Fire Water y ginebra Sheriton. Y paro ya que si no convertiré esto en una canción de Joaquín Sabina.
Una particularidad de la Recepção era que Anil, el pabellón de conciertos, estaba en la otra punta literal del pueblo, así que había que coger el bus nocturno desde la residencia. Ahí entraba la segunda particularidad, porque en Covilhã subir a un autobús pasa de ser un marrón a ser una experiencia de alto riesgo para tu salud. Port Aventura debería hacer una atracción ambientada en un Covibus. En un nexo más entre el universo Harry Potter y Covilhã, recordaba a aquél bus violeta de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. Solo que, este, al menos, no se estrechaba. Tres factores confluían para que aquello fuese un no-apto-para-cardíacos: un conductor portugués, ochenta estudiantes portugueses borrachos embutidos en el autobús y... Rotondas. A mi me fascinó ese submundo, pero lo más fácil era salir de ahí hasta los huevos y mareado como el resto de españoles. Era tal que así:
Primero. Para los que aún no lo sepáis, la media de km/h de un conductor por las calles de Covilhã es de 70. Y eso yendo suave. Los taxistas y chofers de este pueblo merecen una entrada -y la tendrán-, porque dedicarse a esto aquí debería convalidar créditos en el Mundial de Rally. Se nota que Carlos Sáinz no empezó su carrera en Covilhã. El segundo elemento del cóctel, como ya hemos dicho, eran los casi cien portugueses con ganas de fiesta que, para empezar, se subían al bus como si fueran zombies de The Walking Dead echando abajo una valla. Afortunadamente, el vehículo no perdió el equilibrio y arrancó. Entonces empezó el plato fuerte. Los portugueses también arrancaron... A cantar. Traes a cincuenta hooligans del West Ham y permitidme dudar de que les ganen a decibelios. Nosotros, necios, lo intentamos. Pero éramos diez y solo yo era voz masculina. Además nuestra falta de imaginación solo nos dejó acabar tres canciones. Ellos cantaban y nosotros replicábamos, parecía que les daba igual. Pero a la cuarta empezamos un "Yo soy español" que se convirtió en nuestra tumba. A los cinco segundos teníamos a todo el personal entonando alguno de esos himnos que se saben todos. No pudimos volver a abrir la boca. Era una guerra perdida desde el principio. En tercer lugar, y fundamental para entender un viaje en bus en Covilha, se encuentran las rotondas. Conforme te acercabas a cada una de las tres o cuatro que hay en el trayecto hasta Anil, la gente comenzaba a pedir "Rutunda, rutunda, rutunda". Tú, confuso, solo lo entiendes cuando el conductor daba una segunda vuelta a la rotonda. Y una tercera. Y mantente en pie. Y una cuarta. Y no vomites. Y otra quinta. Y cuidado no acabe aquello en plan Madrid Arena. Y si tienes suerte llegas vivo a Anil.
Para iniciar el subidón, todo eso estaba bastante guay y ahora lo echo de menos. Entramos en Anil y empezaba Mastiksoul. Que físicamente es un negro como dos veces el negro pachanguero de la noche anterior. También llevó al doble de gente, cosa que estaba francamente de puta madre. La parte negativa era que la cerveza estaba a 80 céntimos, si es que a eso se le puede llamar negativo -lo siento si en este blog os estoy restregando mucho lo tirada que está la birra en Covilhã. Es mejor que que haya Fanta de limón-.
Muchos botes y mucha electrónica de masas después, Mastiksoul acabó y se nos planteó la duda ética. El recinto se vaciaba porque el día siguiente, por la mañana, empezaba la Latada. Los portugueses querían reservar fuerzas y lo cierto es que yo, en principio, también. Pero eran solo las 4:30 y, contra todo pronóstico, empezó a sonar What You Know de Two Door Cinema Club, que como todo gafapástico sabe es una de esas canción que actúa de despertador y revitalizador. Era la señal, era la obligación moral de cerrar la noche por todo lo alto. Era el momento en que piensas que para descansar ya estará la semana que viene. Era pecado irse en vez de quemar zapatilla.
Lo complicado de la situación era encontrar a alguien que la quisiera compartir. Y como nadie estaba por la labor, tuve que robar a Ana Blázquez y tirar de ella corriendo hasta la primera fila mientras gritaba "que no Pablo, que no quiero". No me importaba lo más mínimo. Una vez allí y conmigo bailando desatado como si aquello fuera el mismísmo FIB, ella decía "pero solo una y ya está". Como presuponía yo, estuvimos allí unos tres cuartos de hora mientras el DJ, que pasó a los libros de historia por ser el primero que se atrevía con el indie y el rock en Covilhã, pinchaba todas las canciones que siempre me hacen gritar "¡TEMAZO!". Aunque ahora no sepa recordar cuáles fueron concretamente. Aunque no lo creáis, hay gente que entiende mi locura. Si sois de esos, hacédmelo saber para que os anote en mi lista de "gente a la que preguntar si se viene de festival cuando nadie quiere". En cuanto a Ana, yo creo que disfrutó y flipó conmigo a partes iguales. La última hora del martes, que se suponía que era la noche anterior al mejor momento de la semana -la Latada-, se convirtieron en mi particular mejor momento. La Recepção había cogido forma. Las expectativas, al cuarto día, ya estaban superadas. Yo me hubiera conformado, pero por suerte, si a esta trilogía todavía le queda una parte es por algo.
PD: No llegué media hora tarde a mi examen como protesta. Llegué media hora tarde porque no encontraba el aula. Adiós.
Lunes: fiesta de la cerveza
Los lunes están mal hechos, pero no porque sean malos, sino porque no sabemos hacerlos bien. Los portugueses sí saben cómo hacer divertido un lunes. Si todas las "segundas feiras" fueran así, el mundo sería un lugar mejor. ¿Cómo? Fácil: pon la cerveza a veinte céntimos y verás como se convierte en el best fucking day in the week. Los pajaros cantarán, irás por la calle cantando Walking On Sunshine, te darán igual las cuestas de Covilhã y, cuando llegues al recinto de conciertos, sacarás la cartera imponente y, en plan "això ho pague jo", pedirás 10 cervezas. O lo que es lo mismo, le entregarás la millonaria cantidad de dos euros a la camarera. No miento cuando digo que dar dos euros por diez cervezas es una de las mejores sensaciones que he tenido en mi vida, justo por detrás de la vez que Liam Gallagher me despreció con la mirada mientras firmaba la teta de una tía.
Fue, además, el momento de gloria de esas moneditas de cinco céntimos que tejen telarañas en la cartera y están ahí desde que el euro entró en circulación. Gracias por los servicios prestados, tuvisteis un final digno tras años de sufrimiento.
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Costumbre portuguesa: apila los vasos de cerveza para corroborar tu leyenda. |
Era la combinación perfecta, porque mientras seguía sumando cervezas me importaba menos MC Bola, el Juan Magán brasileño -del tamaño de dos Juanes Maganes- que berreaba sobre el escenario en un alarde de antivirtuosidad técnica más propia de la actuación de alguna orquestilla con nombre de galaxia en las fiestas de un pueblo perdido de Cuenca. Claro que, pensándolo bien... ¿Y si esto es, geográficamente, la Cuenca portuguesa?
Cuando por fin cesó aquella música que no servía ni para perrear, yo ya iba por la sexta o la séptima cerveza y había dejado la vergüenza en el guardarropa. En medio de aquella bacanal cervecera, encontré entretenimiento montándome un "Buscando a Wally" particular, versión: "encuentra a la hipster en la fiesta pachanguera". Qué le voy a hacer, me gustan los retos difíciles -y también hacer cosas que no tienen sentido ninguno-. La parte buena es que la encontré. Como a Wally, a las indies se las distingue del resto por dos cosas: la ropa y las gafas. El gorro es opcional, pero también puede entrar en el pack. Aquella era bajita, morena, ropa con pinta sesentera y gafas Woody Allen denim. Era inconfundible, pero aun así me faltaba la última prueba, la del algodón, la que no engaña y puede enamorar. Así que me acerqué a ella y le dije que solo tenía una pregunta para ella. Todo muy romántico según lo escribo. ¿Cuál es tu grupo favorito? Contestó Radiohead. La parte mala fue que, antes de que me pudiese enamorar, cosa que seguramente hubiera pasado en los siguientes diez segundos, un personaje que parecía ser su novio se abalanzó sobre ella y no la volví a ver.
Ahogué mis penas en -más- cervezas y, cuando me quise dar cuenta, ya había pedido cinco tickets de cerveza más. Seguro que vosotros, si sois buenos españoles, también entendéis que había que aprovechar lo máximo aquel sueño mientras durara. Pero se ve que los portugueses en eso se nos parecen, porque a las cinco de la mañana la cerveza se acabó. Nos cortaron el grifo, literalmente. El único que se alegró fue el camarero de una de las barras que, a partir de entonces y hasta el final de la noche, se dedicó a bailar muy fuerte subido en una nevera. Como descubrimos los siguientes días, lo de aquél camarero que parecía sacado de This Is England no era una cosa puntual. Dos DJs con máscaras de Guy Fawkes y peluca de payaso cerraron dignamente la noche con lo que, en ese momento, creí que era musicón. Aunque probablemente la música estuvo más cerca de ser una mierda. Pero ayudaban las pintas con las que se presentaron. Y es que todos debéis saber que esa es la regla número uno del DJ: si no sabes pinchar, arma espectáculo, distrae la atención y será más fácil engañar a todo el mundo. Preguntadle a Steve Aoki, que en eso es catedrático por Harvard. Por lo menos.
Martes: viajes en bus y cómo cerrar bien una noche festivalera
Para el martes ya nos habían quedado claras tres cosas después de aquel paraíso que fue la fiesta de la cerveza. Uno, que por el nivel de la resaca, la cerveza no fue de gran calidad. Dos, que queríamos volver al año siguiente a la Recepção ao Caloiro y que aquello era un festival con todas las letras. Tres, que por la cantidad de party people, la Racepção estaba al nivel de cualquiera de los que tenemos en verano en España.
Y ese martes aterrizaba Mastiksoul en Covilhã, que tenía el éxito asegurado. Mis recuerdos de Mastiksoul se remontaban a la época de Cara B -los valleros sabrán a qué me refiero- y a una adolescencia feliz entre cubatas del ahora defenestrado vodka rojo y Carlsbergs servidas por Aida de la Rubia que, tres o cuatro años después, está aquí conmigo de Erasmus en Covilhã. Poniéndonos filosóficos para algo que realmente no es tan importante, el destino nos volvía a juntar a todos. Menos al mítico Vodka Rojo Knebep, que ahora yace olvidado en el fondo de un estante de Mercadona entre botellas de wiskhy Fire Water y ginebra Sheriton. Y paro ya que si no convertiré esto en una canción de Joaquín Sabina.
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Uno de Coimbra que me encontré por Mastiksoul. No, que va, es un colega de Almería. |
Una particularidad de la Recepção era que Anil, el pabellón de conciertos, estaba en la otra punta literal del pueblo, así que había que coger el bus nocturno desde la residencia. Ahí entraba la segunda particularidad, porque en Covilhã subir a un autobús pasa de ser un marrón a ser una experiencia de alto riesgo para tu salud. Port Aventura debería hacer una atracción ambientada en un Covibus. En un nexo más entre el universo Harry Potter y Covilhã, recordaba a aquél bus violeta de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. Solo que, este, al menos, no se estrechaba. Tres factores confluían para que aquello fuese un no-apto-para-cardíacos: un conductor portugués, ochenta estudiantes portugueses borrachos embutidos en el autobús y... Rotondas. A mi me fascinó ese submundo, pero lo más fácil era salir de ahí hasta los huevos y mareado como el resto de españoles. Era tal que así:
Primero. Para los que aún no lo sepáis, la media de km/h de un conductor por las calles de Covilhã es de 70. Y eso yendo suave. Los taxistas y chofers de este pueblo merecen una entrada -y la tendrán-, porque dedicarse a esto aquí debería convalidar créditos en el Mundial de Rally. Se nota que Carlos Sáinz no empezó su carrera en Covilhã. El segundo elemento del cóctel, como ya hemos dicho, eran los casi cien portugueses con ganas de fiesta que, para empezar, se subían al bus como si fueran zombies de The Walking Dead echando abajo una valla. Afortunadamente, el vehículo no perdió el equilibrio y arrancó. Entonces empezó el plato fuerte. Los portugueses también arrancaron... A cantar. Traes a cincuenta hooligans del West Ham y permitidme dudar de que les ganen a decibelios. Nosotros, necios, lo intentamos. Pero éramos diez y solo yo era voz masculina. Además nuestra falta de imaginación solo nos dejó acabar tres canciones. Ellos cantaban y nosotros replicábamos, parecía que les daba igual. Pero a la cuarta empezamos un "Yo soy español" que se convirtió en nuestra tumba. A los cinco segundos teníamos a todo el personal entonando alguno de esos himnos que se saben todos. No pudimos volver a abrir la boca. Era una guerra perdida desde el principio. En tercer lugar, y fundamental para entender un viaje en bus en Covilha, se encuentran las rotondas. Conforme te acercabas a cada una de las tres o cuatro que hay en el trayecto hasta Anil, la gente comenzaba a pedir "Rutunda, rutunda, rutunda". Tú, confuso, solo lo entiendes cuando el conductor daba una segunda vuelta a la rotonda. Y una tercera. Y mantente en pie. Y una cuarta. Y no vomites. Y otra quinta. Y cuidado no acabe aquello en plan Madrid Arena. Y si tienes suerte llegas vivo a Anil.
Para iniciar el subidón, todo eso estaba bastante guay y ahora lo echo de menos. Entramos en Anil y empezaba Mastiksoul. Que físicamente es un negro como dos veces el negro pachanguero de la noche anterior. También llevó al doble de gente, cosa que estaba francamente de puta madre. La parte negativa era que la cerveza estaba a 80 céntimos, si es que a eso se le puede llamar negativo -lo siento si en este blog os estoy restregando mucho lo tirada que está la birra en Covilhã. Es mejor que que haya Fanta de limón-.
Muchos botes y mucha electrónica de masas después, Mastiksoul acabó y se nos planteó la duda ética. El recinto se vaciaba porque el día siguiente, por la mañana, empezaba la Latada. Los portugueses querían reservar fuerzas y lo cierto es que yo, en principio, también. Pero eran solo las 4:30 y, contra todo pronóstico, empezó a sonar What You Know de Two Door Cinema Club, que como todo gafapástico sabe es una de esas canción que actúa de despertador y revitalizador. Era la señal, era la obligación moral de cerrar la noche por todo lo alto. Era el momento en que piensas que para descansar ya estará la semana que viene. Era pecado irse en vez de quemar zapatilla.
Lo complicado de la situación era encontrar a alguien que la quisiera compartir. Y como nadie estaba por la labor, tuve que robar a Ana Blázquez y tirar de ella corriendo hasta la primera fila mientras gritaba "que no Pablo, que no quiero". No me importaba lo más mínimo. Una vez allí y conmigo bailando desatado como si aquello fuera el mismísmo FIB, ella decía "pero solo una y ya está". Como presuponía yo, estuvimos allí unos tres cuartos de hora mientras el DJ, que pasó a los libros de historia por ser el primero que se atrevía con el indie y el rock en Covilhã, pinchaba todas las canciones que siempre me hacen gritar "¡TEMAZO!". Aunque ahora no sepa recordar cuáles fueron concretamente. Aunque no lo creáis, hay gente que entiende mi locura. Si sois de esos, hacédmelo saber para que os anote en mi lista de "gente a la que preguntar si se viene de festival cuando nadie quiere". En cuanto a Ana, yo creo que disfrutó y flipó conmigo a partes iguales. La última hora del martes, que se suponía que era la noche anterior al mejor momento de la semana -la Latada-, se convirtieron en mi particular mejor momento. La Recepção había cogido forma. Las expectativas, al cuarto día, ya estaban superadas. Yo me hubiera conformado, pero por suerte, si a esta trilogía todavía le queda una parte es por algo.
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Así acababan las noches de Recepção, entrando a la residencia. |
PD: No llegué media hora tarde a mi examen como protesta. Llegué media hora tarde porque no encontraba el aula. Adiós.